
Hace ya un puñado de años, a raíz de un artículo del profesor José Antonio García-Diego, titulado “Antonio Machado, masón”1, se dispararon las sospechas de que el poeta sevillano podría haber sido iniciado en la logia Mantua
de Madrid. Fuimos varios, entre historiadores, periodistas y
escritores, los que nos interesamos por el asunto, y aunque el tema
todavía está debatiéndose en ciertos foros, hay que señalar que a fecha
de hoy se carece de pruebas documentales que demuestren de alguna forma
la adscripción de Antonio Machado a la Francmasonería. Por eso, hasta
que se pueda probar, si es que se puede probar algún día, es de razón no
mentarlo como masón en adelante.
Esa veleidad de señalar como iniciados,
sin comprobaciones de ningún género, a notables personajes de la cultura
y las letras (por no hablar aquí de reyes, nobles y ministros), hace
que de pronto nos encontremos ante listados pasmosos que asombran y
engañan al profano de buena fe, e indignan a la vez a los pocos que
conocemos el percal. Y hablo de indignación porque esa ligereza con que
algunos actúan a la hora de ofrecer semejante información –confusión, en
este caso–, perjudica, y no poco, la imagen pública de la Masonería. En
esto, como en otras cuestiones –conste que pasa en muchas
instituciones–, una minoría zafia impone su mediocridad ante la
pasividad general de quienes no se mueven para trabajar en positivo ni
aunque los zurzan vivos. Qué le vamos a hacer… El ser humano es débil
por naturaleza, y esa debilidad se refleja con rigor en las
organizaciones, fundaciones o grupos de todo tipo y condición.
A lo largo de la historia, han sido
plétora los escritores e intelectuales, músicos, científicos y hombres
de mérito que se han acercado a la Francmasonería y que han formado
parte de sus filas. La documentación histórica y los propios archivos de
las logias no dejan lugar a dudas. Pero sin embargo, comprobamos con
estupor que la misma institución arrumba algunos nombres destacados –o
los pasa por alto, que aún es peor– y busca fuera lo que tiene dentro.
Sería el caso, por ejemplo, del insigne Vicente Blasco Ibáñez,
reconocido novelista y francmasón perseverante.
De don Antonio no tenemos evidencias de
que fuese iniciado en la Francmasonería; pero de Blasco Ibáñez, en
cambio, sí que las hay. Y no es que se ignore el dato de su adscripción,
ni mucho menos, sino que se pasa un poco de puntillas sobre su nombre
literario como si su figura y obra no fuesen tan importantes. Por eso
pretendo reivindicarlo aquí hoy como escritor iniciado. Porque, además,
tuvo siempre en la cabeza los principios esenciales que guían, o deben
guiar, a cualquier masón del mundo.
Luis Manuel Lázaro, de la Universidad de
Valencia, aportó en su día un trabajo interesante sobre Vicente Blasco
Ibáñez (Valencia, 1867-Menton [Francia], 1928). Su estudio se titula
“Blasco Ibáñez: Masonería, librepensamiento, republicanismo y educación”2. Como yo mismo escribo en mi artículo “El asunto literario en la investigación masonológica” [Revista Cultura Masónica, Año I, nº 4. Oviedo, julio 2010], «A
lo largo del mismo se repasa y analiza el republicanismo blasquista y
el interés masónico por la cuestión educativa, así como la imbricación
entre Francmasonería y republicanismo en el levante de finales del XIX.
Conviene recordar que Vicente Blasco Ibáñez, uno de los escritores más
célebres de los adscritos sin ambages a la Masonería, es figura
indiscutible de la literatura de entre siglos, y su obra ha dejado una
huella indeleble en la historia literaria española».
Su esencia de republicano recalcitrante lleva al escritor, siendo todavía joven, por la senda del periodismo; fundó El pueblo,
de inspiración netamente republicana. Por aquellos días, Blasco Ibáñez
andaba enganchado al tirón del federalista republicano Pi i Margall. En
1909 localizamos su latido en Argentina, donde se establece como colono.
En ese país fundó dos colonias agrícolas de carácter utópico, empresas
que fracasaron por falta de capitalización, por fallos de gestión y
porque los ideales no siempre casan con la realidad de la vida. Esta
etapa es, desde mi punto de vista, la más curiosa de su biografía. En
1914 vemos al novelista en París, donde escribe Los cuatro jinetes del Apocalipsis
(1916), obra muy celebrada y de la que se han hecho muchísimas
reediciones en todo el mundo. Vuelve luego a España, aunque durante la
dictadura de Miguel Primo de Rivera se exilia voluntariamente en su casa
de Niza. De sus numerosas obras, recordaremos aquí La araña negra (1892) y La catedral (1903), dos novelas que contienen profusas referencias anticlericales.
Por lo que evidencia la documentación
hallada y analizada, Vicente Blasco Ibáñez fue iniciado en la Masonería
muy joven, a los veinte años recién cumplidos, el 6 de febrero de 1887,
adoptando el nombre simbólico de Danton. Formó parte de la logia Unión nº 14 de Valencia y posteriormente estuvo integrado en la logia Acacia nº 25.
Sabemos que el 3 de diciembre de 1888 pronunció un discurso –en calidad
de maestro masón y Orador de la Augusta y Respetable Logia Capitular Acacia nº 25,
de Valencia—, en tenida magna de adopción de lovetones. Aclaramos, de
paso, que este tipo de ceremonias simbólicas de adopción infantil fue
cayendo en desuso poco a poco, especialmente en países europeos
occidentales, hasta desaparecer prácticamente de los rituales templarios
habituales de la Orden. Hoy queda, en algunas Grandes Logias, como rito
de carácter residual o testimonial.
Resulta un tanto enojoso ver cómo, en
esas mal pergeñadas listas de masones célebres, aparece a veces Antonio
Machado y no se anota, en cambio, el nombre, muy lustroso igualmente, de
Vicente Blasco. Una pena. Y digo que es una pena porque se ofrece hacia
el exterior una imagen poco seria de la institución, que al final es
quien permite la publicación de dichos listados en multitud de medios y
soportes varios. Es un ejemplo de los muchos que podríamos comentar, y
que se dan de facto, ya que esos elencos suelen estar plagados de
erratas; algunas, fruto de la ignorancia o la desidia de quien las
comete, y la mayoría buscadas a conciencia con la intención de dorar,
innecesariamente, los escaparates de la Orden. Me parece que a la
Masonería no le hacen ninguna falta semejantes oropeles, ni esos lustres
tan raros y espurios, sino los frutos que se derivan de la trayectoria
honesta y del trabajo bien hecho y mejor comunicado a la sociedad. En
este punto sí deberían esmerarse más las Obediencias.
Antes de acabar, permítaseme dejar
constancia, por enésima vez, de que no fueron masones Samaniego, ni el
Duque de Rivas, ni Espronceda, ni Mariano José de Larra; tampoco
Echegaray, Juan Ramón Jiménez, Pérez Galdós, ni José Ortega y Gasset.
Así que, a quien corresponda, ya puede sacarlos de las cansinas y
exageradas listas al uso. ¿Acaso no le basta a la Masonería con lucir
nombres de intelectuales y escritores universales iniciados –pero
iniciados de verdad, y bien documentados– como Lessing, Goethe,
Schlegel, Alfieri, Casanova, Jonathan Swift, James Thomson, De Amicis,
Walter Scott, Rudyard Kipling, Rabindranath Tagore, Alexander Pope,
Eugène Sue, Carlo Goldoni, Tolstoi, Alexander Pushkin, Oscar Wilde,
Salvatore Quasimodo, Victor Hugo, Carducci, Robert Burus, Arthur Conan
Doyle, Sthendal, Charles de Coster, Gabriel d’Annunzio, José Martí,
Carmen de Burgos, José Rizal, Blasco Ibáñez, Clara Campoamor, Tomas
Mann, etcétera? Cualquiera que lea sus nombres, comprende enseguida que
estos personajes han sido, son y serán autores de relumbre excepcional.
¿Qué necesidad hay de incurrir en la inexactitud cuando sobra buen
material a espuertas para dar una veraz y fulgente información? Será,
quizá, que la mucha luz deslumbra a más de uno y quedan
perjudicados. O igual es que se lee poquito y resulta más cómodo
inventar directamente o, peor aún, copiar los errores del vecino, en
lugar de aprender e indagar por cuenta propia. En fin, está visto que la
precisión y las buenas hechuras no siempre se encuentran donde uno las
anhela descubrir. Alguno alegará –seguro– que esto de las listas es
peccata minuta, y que mayores problemas tiene pendientes de resolver la
Masonería. Y no seré yo quien, ante tal opinión, niegue la evidencia.
Pero también es cierto que, como digo siempre, es en el detalle donde se
aprecia la excelencia.
.·.
1 GARCÍA-DIEGO Y ORTIZ, José Antonio, “Antonio Machado masón”, en AA.VV., Masonería, política y sociedad,
Actas III Symposium de Metodología Aplicada ala Historia de la
Masonería Española (Córdoba, junio 1987), Zaragoza, CEHME, 1989, t. I,
pp. 475-487.
2 LÁZARO LORENTE, L., “Blasco Ibáñez: Masonería, Librepensamiento, Republicanismo y Educación”, en AA.VV., Masonería, revolución y reacción,
IV Symposium Internacional de Historia de la Masonería Española
(Alicante, 1989), Alicante, Instituto Juan Gil-Albert, Caja de Ahorros
Provincial y Consellería de Educación, 1990, t. I, pp. 213-225.